
La trágica crónica de la fallida expedición británica del Polo Sur de 1910-1912 es relatada en Scott of the Antarctic, uno de los primeros films producidos en Technicolor. La historia tiene como eje de la trama a la figura del Capitán de la Marina Británica Robert Falcon Scott, que intentó alcanzar el Polo Sur por primera vez en la Historia. Lo consiguió, aunque ni fue el primero ni logró regresar. Tampoco los cuatro miembros de su expedición que le acompañaban y que formaron el grupo de acometida final a la meta.
Charles Frend – 1948.
Título original – Scott of the Antarctic
Guion: Walter Meade, Ivor Montagu, Mary Hayley Bell
Música – Ralph Vaughan Williams
Fotografía: Jack Cardiff, Osmond Borradaile, Geoffrey Unsworth
El film trata con respeto y dignidad tanto a los personajes como a los hechos históricos. Recrea sobre celuloide diferentes imágenes iconográficas de la expedición y, por extensión, de la exploración de los Polos, como son la traslación a fotogramas de la famosa fotografía de Herbert Ponting desde el interior de una gruta con el Terra Nova al fondo, o el retrato del grupo de los cinco de Scott al llegar a su destino. Triste objetivo ya que la expedición se había convertido en una competición a causa de la carrera con Admunsen, el explorador noruego que logró poco antes llegar al Polo Sur y arrebatarles la gloria.
Desde un punto de vista muy particular, Scott en la Antártida inquiere en las pesadillas de un logista. Vemos todo lo que no debe hacerse al emprender cualquier empresa: Precipitación; Decisiones sobre la marcha; Resoluciones arbitrarias sin atender a los expertos; Intrepidez absurda. Un cúmulo catastrófico, en suma, de decisiones tomadas sin evaluar todas las posibles circunstancias que pueden devenir en un plan como poco arriesgado.
La contraposición de extensos, vastos y terribles espacios antárticos, verdaderos desiertos-infiernos helados, con los planos cerrados de los protagonistas dentro de las tiendas resultan de una total eficacia narrativa. Este recurso es usado para remarcar la tensión espacial, la sensación de angustia y de falta de salidas a una situación cada vez más imposible. A ello se le suman unos espléndidos exteriores que fueron rodados en los Alpes Suizos y Noruega. Excelentemente filmados, al espectador no le cabe duda de que la localización es, efectivamente, antártica.
British Style
Mostrar un desastre sin paliativos como una hazaña memorable. Algo típicamente británico y muy loable. Este punto resulta excelentemente descrito en la novela The Terror, de Dan Simmons, precisamente al tomar como fondo de su segundo capítulo sobre las vanidades del Consejo Ártico Británico.
La tradicional circunspección británica se erige como el gran elemento salvador de la hecatombe; de alguna manera, si se lleva bien y con elegancia toda derrota o calamidad es no solo superable, sino que hasta sirve de ejemplo.
De hecho, aún siendo la Naturaleza Antártica la gran antagonista de la historia, y la obcecación y falta de previsión del Capitán Scott los elementos internos adversos del protagonista (que no obstante quedan redimidos por la constancia, el patriotismo y la búsqueda de gloria para Albión), es sin embargo la pérfida, por antideportiva, jugada de Roald Amundsen la que desencadena la escena de mayor –y única– indignación y resentimiento en la expedición de Scott: ‘Qué sucia treta! ¡Anunciar a última hora que los noruegos también se dirigen a la conquista del Polo y que parten desde un emplazamiento mucho más propicio!
Aunque hay que reconocer que el film no deja de narrar que los británicos tampoco merecían ganar la subrepticia carrera merced a su incompetencia, como no podemos dejar de advertir en virtud a los insuficientes conocimientos de Scott acerca de perros, ponys y tractores, amén de la falta de previsión, los descuidos y errores inaceptables en una expedición en tales circunstancias. Ello no se transmite en el film como excusa. Algo muy honesto y destacable.
Vaughan Williams
La espléndida B.S.O. se erige paulatinamente como la evidencia casi física del terror ominoso que envuelve a los expedicionarios. Se trata, en la segunda mitad del film de una composición de horror, de verdadero cine de terror, que anuncia sin ningún género de dudas el destino de los protagonistas. Esta banda sonora, junto a recursos fantasmagóricos, como el suicidio-desaparición de uno de los aventureros en la cegadora blancura antártica le confiere a esta segunda parte un tono de verdadera desolación y terror atávico, no sólo por la previsible catástrofe, sino que estimula también aquel miedo a lo desconocido, lo terrible e inalcanzable.
La banda sonora de Vaughan Williams es tan rotunda que el autor incorporó mucho de la música a su propia 7a Sinfonía, (1949-1952). Esta composición dedica citas de Shelley –Frankenstein – Prometeo liberado– , de Samuel Taylor Coleridge, o del Salmo 104, versículo 26 * al poema de John Donne ‘The Rising Sun’ o al mismo diario del Capitán Scott, hallado después de su muerte. Todo ello significativo de epopeyas imposibles, directa o indirectamente relacionadas con los hielos eternos, y tan inabarcables como el continente al que se dedica la Sinfonía.
Este espíritu, sin duda, planea en la película de Charles Frend, y es el mismo espíritu que tuvo que estar muy presente durante la época y muchos años después, en cuanto a la Antártida como lugar inhóspito, terrible y desolador; un lugar de soledad y misterio donde proyectar miedos y fantasías, como haría H.P.Lovecraft en su At the Mountains of Madness, narración en la que este espacio desolado se convierte en punto de encuentro con olvidadas civilizaciones y antiguos Dioses primigenios.
Bajo la sombra de lo prohibido
Adoptando este punto de vista, y adentrándonos cual temeraria expedición hacia la debacle, podemos decir que la conquista de la Antártida significa nada menos que el desafío del hombre a Dios y a sus lugares prohibidos. Semejante desafío suma varios aspectos de los prohibidos por Jehová: Querer saber demasiado (Pecado Original – El Edén), desear acercarse a Él (Torre de Babel – Babilonia) o pretender llegar a ser como Él (la propia expedición, el derrotar a la Naturaleza es derrotar a Dios, puesto que es su creación y con ello nos situamos en una posición de claro enfrentamiento).
No sin razón, Vaughan Williams echa mano del tremendo Salmo 104, cuya esencia yace en el horizonte helado inacabable aguardando al final de las vanas esperanzas expedicionarias. Se trata de una alabanza, de loa a Dios, no solo, o no tanto, como Creador, sino como dominador, como ser omnipotente sobre todas las fuerzas de la Naturaleza y como motor de toda la Creación y de su dinámica. Compuesto en loor a una absoluta sumisión a la fuerza divina y ominosa que: v.29 ‘Les quitas el espíritu, dejan de ser, Y tórnanse en su polvo.’ Y v.30 ‘Envías tu espíritu, críanse: Y renuevas la haz de la tierra’. V.32 ‘Sea la gloria de Jehová para siempre; Alégrese Jehová en sus obras; El cual mira a la tierra, y ella tiembla: Toca los montes, y humean.’ V.30 (y final del Salmo) ‘Sean consumidos de la tierra los pecadores, Y los impíos dejen de ser. Bendice, alma mía, a Jehová. Aleluya.’
SALMOS 104 – Bendice, alma mía a Jehová.
v.25 Asimismo esta gran mar y ancha de términos:
En ella pescados sin número,
Animales pequeños y grandes.
v.26 Allí andan navíos;
Allí este leviathán que hiciste para que jugase en ella.
En definitiva, las preguntas finales: ¿Hay límites para la especie humana en la búsqueda de su lugar en el Universo? ¿Ese espíritu humano indomable por conocer más, por llegar a lugares remotos sin que nadie nos lo pida, porqué pretende alcanzar lo infructuoso y sufrir con todo ello? Quizás Scott obtuvo definitivamente una respuesta allí, en medio de la nada.